La dichosa inquietud de la forma
Autor: Francis Marmande
Título del texto: La dichosa inquietud de la forma
Publicación: Javier Marín: Barro
Proyecto / obra: General
Publicado por: Landucci Editores
La Dichosa Inquietud de la Forma
Francis Marmande
En Javier Marín, en cada una de las formas que busca en él, en sus Venus, sus guerreros, sus torsos y sus caballos, sólo por debilidad podríamos descubrir alguna inquietud metafísica. No hay inquietud, en sentido trivial, que sea existencial. No, sino una inquietud de la forma, una inquietud de esos gigantes con maneras de una serenidad desmentida; sus cuerpos, sumamente acogedores al principio, si nos aproximamos un poco —ya pasada esa tranquilidad que alerta—, y aunque todavía nos tengan de la mano y hayamos confiado en ellos con ojos de sorpresa, comunican esa «inquietante extrañeza» de la que habla Freud (Sigmund, no Lucían, al que con frecuencia se refiere Marín). No es una escultura atormentada, claudicante o apresurada: es una escultura que no nos deja tranquilos.
Uno penetra en el taller con la simpleza que se deposita en una invitación, en una visita, en un ofrecimiento. Y sale destrozado pero agradecido, olvidando totalmente la virtuosidad que está ahí tan presente, porque lo que Marín da a entender es algo sin color en el fondo de sí, algo ignorado, el punto más íntimo y el menos personal que él se esfuerza en reunir.
Toda su escultura, puramente ajena al mexicanismo, parece no poder brotar más que de las manos de un artista mexicano. En las cavidades y las protuberancias de las formas que arranca a sus sueños, en su modelado, se puede leer la precisión del dibujo sin croquis, vertido directamente, soplado al aire. Como en un libro, se puede leer su gesto peculiar, la gracia sin arrepentimiento de su mano, la huella y los vaciados de los dedos: la infinita distancia entre su propia delicadeza, su agilidad felina, la melodía de su voz y las asombrosas formas que ellas producen, como si se le hubieran escapado; las formas que sonríen a lo lejos, dramáticas, luego la boca, desencajada por el grito, los músculos, llevados por una solidez y una potencia que serían actos de fe en el ser humano y en el placer de existir; si alguna fisura imperceptible, bajo las costuras y los ensambles de esos cuerpos fragmentados, no se dejara descubrir lentamente, percibir y amar, hasta no ser más que eso, la escultura misma de Marín.
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