Escultura emperador
Autor: Achille Bonito Oliva
Título del texto: Escultura emperador
Publicación: Javier Marín Terra
Proyecto / obra: Exposición Javier Marín Terra: La materia como idea. Palacio de Iturbide, Fomento Cultural Banamex, 2015.
Publicado por: Fomento Cultural Banamex / Terreno Baldío Arte
Escultura emperador
Achille Bonito Oliva
La historia de la escultura occidental narra la relación entre el hombre y el espacio que lo rodea, y presenta esta relación con un lenguaje que ha tomado conciencia de la creación de la figura; el escultor es el artífice de una obra plástica realizada a través del procedimiento de la delimitación, colocando en un recinto una porción de espacio, de mundo, con la evidencia de los materiales que ocupan concretamente dicho espacio y que ofrecen su piel a nuestra mirada.
La escultura se convierte en el escenario del conflicto entre la materia inerte y el hombre, quien desearía imprimirle una huella divina; la imposibilidad de esta tarea obliga al hombre a considerar las limitaciones de la forma y la incapacidad de llegar a un resultado que corresponda a la sustancia de su inspiración.
Javier Marín acepta el reto de darle un vuelco a la lengua muerta de la escultura mediante un lenguaje bien equipado para afrontar todas sus especificidades, resolviendo la agudeza de la contaminación, del montaje y del sistema de combinaciones en el ámbito de una tridimensionalidad que subraya el dinamismo de su relación con el mundo. La escultura de Marín, cuya naturaleza el artista parece proverbialmente querer bloquear u obstaculizar con el peso de la materia, la velocidad de las ideas y el carácter impalpable de la emoción, está inervada por su necesidad de avanzar y actuar en la rica complejidad de sus tiempos. La obra se impone como una suerte de silenciosa frontera “circular” dentro de la cual se cumplen relaciones de desplazamiento reales que se refieren sobre todo a la experiencia creativa y cuyo componente constitutivo es la tensión de la obra en su complejidad fundamental. Ya nada es verosímil. El artista, solo, escala hasta llegar a la construcción de una obra que afronta la relación con la técnica en busca de algo diferente a lo cotidiano, para volver a intentar el uso de los mismos materiales: bronce, mármol, arcilla.
Con Javier Marín, el arte sigue siendo también téchne, como confirmación de un conocimiento creativo que proviene de la gravitas romana reiterada a lo largo de toda la historia del arte occidental.
La escultura es de cualquier forma un género que desea ser perdonado. Esto es a causa de su inevitable ocupación del suelo, como volumen, y en ocasiones por responder a las exigencias, a veces positivas, del arte público y de la contemporaneidad. El artista elabora numerosas obras por encargo de instituciones, en una tradición que tuvo su periodo de máximo esplendor durante el Barroco.
Javier Marín acepta sin prejuicios el principio de una creación “en frío”, el reto de grandes obras que sólo y mayormente se pueden realizar por encargo – a causa de sus materiales y volumen; parece querer recuperar así la antigua relación interpersonal entre el artista y el príncipe o el burgués rico, pero esto también confirma la existencia de un sistema del arte que en sus tendencias ha despersonalizado, sin eliminarla, la antigua práctica del arte por encargo.
En el caso de Javier Marín, en la economía de su lenguaje la elaboración absorbe la memoria de cualquier encargo, restableciendo la ética de un proceso creativo que reitera, y sobre todo dilata, el carácter peculiar de la escultura y de su historia.
“En los años setenta, la escultura se instaló como objeto tridimensional en expansión dentro del espacio, renunciando al uso de materiales tradicionales y cambiándolos por otros más cotidianos. Ante esta disolución de la escultura, Javier Marín responde retomando su tensión áulica y exaltándola a través de un proceso de elaboración que incluye su tenaz manualidad. Encuentra en la iconografía de la historia del arte una mina de oro, una fuente de continua activación. Surcando la ambigüedad caótica del presente, Marín actúa dentro de los límites de una singular temporalidad propia, apostando por la grandeza viril de las estatuas clásicas.
En su constante deambular por museos, iglesias y monumentos, en su continuo acercamiento y alejamiento, es magnéticamente atraído por la fuerte autoridad de los retratos estatuarios cuya presencia está soldada a la definición formal del mármol. Ciertamente no se trata de un intento de emulación predatoria, sino que estas pausas reflexivas le sugieren su ars combinatoria, el montaje y el desmontaje, tal como se lo podría sugerir la literatura con el libro Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta. Nos podemos imaginar a Javier Marín irrumpiendo en los museos, armado de esa misma técnica del ensamblaje, de una visión del conjunto y un conocimiento del detalle. Javier Marín es quien guía. En el acervo de sus obras es posible focalizar familias inéditas de la forma.
Lo concreto de la forma y el peso de la materia celebran lo masculino; en este grupo de obras no hay rastro de lo femenino como convención de ideales de belleza, como ilusoria fuga del tiempo. Representan el triunfo de la duración, la exaltación de un tiempo que no es cotidiano y que se expresa justamente gracias a la exaltada temporalidad que se requiere para su ejecución.
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