Ecce Homo: La Escultura de Javier Marín
Autor: Mauricio López Valdés
Título del texto: Ecce Homo: La Escultura de Javier Marín
Publicación: Javier Marín: Barro
Proyecto / obra: General. 2001
Publicado por: Landucci Editores / ISBN 968-5059-29-2
Barro, materia como carne con la que, según diversas cosmogonías, los dioses ensayaron su máxima creación: el hombre. En las antiguas religiones de Grecia, Egipto y Mesopotamia es formado a partir de la arcilla, y de acuerdo con la tradición judeocristiana del Pentateuco, Yahvé lo “formó con el polvo del suelo”, lo modeló a partir de la tierra y para darle vida, le insufló su aliento divino. En el islam, Alá lo creó “de barro resonante, de lodo negro moldeado en una forma”, y luego de completarlo, le infundió el soplo de su espíritu. Para los antiguos babilonios tal génesis se debe en parte al dios Kingu, cuya cabeza fue cercenada, y con la sangre fluyente de su cuello, Marduk amasó la tierra y con ese barro hizo al hombre, dotado por su origen de la mente divina.
Bien supieron los creadores primigenios que no bastaba la arcilla sola para dar vida al ser más semejante a ellos, pues habían realizado intentos previos que no fueron sino fracasos genésicos, ensayos perfectibles como los propios dioses. Enki, por ejemplo, “el Señor de la tierra” en la antigua religión sumerio-babilónica, modeló seis hombres que resultaron “psicológicamente imperfectos”, e igual ocurrió Atzacol y Bítol, el Creador y el Formador referidos en el Popol vuh, quienes “de lodo hicieron la carne [del hombre]”, pero advirtieron “que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, […sin] movimiento, […] tenía velada la vista […] al principio hablaba, pero no tenía entendimiento”.
Equívocos divinos, tan malogrados como el quasi homo de que da cuenta la Cabala y cuya mítica creación ocurrió —según la leyenda— en la Praga del siglo XVI, cuando el rabino Loew, sintiéndose investido de la gracia divina, creó al Gólem, ente de arcilla surgido de las manos y anhelos del hombre, pero sin alma, sin ese algo metafísico que nos hace distinguirnos del polvo del suelo y del lodo negro, del barro sin sangre ni espíritu.
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